El programa original consiste en lo siguiente. Se intercambian las esposas. Cada una llega a su nueva casa, que está vacía y lee las normas, lo que suele hacer la esposa a diario y sus obligaciones. Llegan los maridos, se presentan, se conocen y comienza la nueva vida. Pero a la semana las nuevas esposas cambian las normas de la casa y revolucionan la familia a su conveniencia.
El ama de casa lesbiana hizo muy buenas migas con el marido de Condoleezza. Él descubrió que las lesbianas son personas y no como le hacía creer su mujer. Pues bien. Cuando todo acabó y por fin Condoleezza volvió a su universo de Pin y Pon lo primero que le preguntó a sus hijas fue “¿Tuvisteis miedo? ¿Os tocó?”.
Hay cosas que no tienen arreglo. Pero es bueno que alguien lo vea. Y le repugne. Así a lo mejor relacionando caras, cambia el voto.
Me encanta cuando mezclan defensores de los animales con cazadores furtivos. Hippies con maniáticas de la limpieza. Compradoras compulsivas de papel higiénico con expertas en ahorro. Yo no digo que esto sea televisión de calidad. Soy consciente de que es basura pero podría ser peor. La lucha libre ¿es peor no?
En España se hizo un programa como éste pero sin sexismos, para no molestar a nadie. Se llamaba Préstame tu vida. E intercambiaban gente. Daba igual que fueran mujeres u hombres.
En uno de los programas la actriz porno Anastasia (que por cierto ahora se operó las tetas -y eso que su baza era la imagen de niña-, engordó y se oscureció el pelo) se iba a un pueblo de Toledo. Allí. Solita. A convivir dos semanas con una familia y a lidiar con el pueblo entero. Mientras que la de toledo que era carnicera tenía que convivir con las pornostars en Barcelona.
Pero la diferencia entre este programa y el americano es que aquí lo que se defendía era una identidad. Y esto no es lo mismo que ser más o menos ahorradora o más o menos guarra.
Este programa dejaba en evidencia la desaprobación ante el cambio, ante las ideas contrarias, ante lo desconocido. Y eso, aunque duela, es lo que pasa cada día en este país.
En otro programa un siniestro que emulaba a Robert Smith, tenía que vivir también en un pueblo a cambio de un marido machista que iba a compartir un piso dejado de la mano de dios lleno de crucifijos y de imágenes diabólicas. Al final se llegaba a la conclusión de que por mucho que se maquille un hombre, sigue siendo un hombre y que por mucha cruz invertida que se lleve, uno no deja de ser cristiano.
En fin… un despropósito de malos sentimientos, donde nadie ganaba nada. Excepto la certeza de saber que no hay vida mejor que la de uno.
3 comentarios:
A mí me gusta más el programa americano porque se presta más a cambios sugerentes y sobre todo porque los americanos son todos y cada uno de ellos actoes natos.
Recuerdo el de Condoleza Reece, que mujer tan asesinable
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