26 junio 2012

Chicas

Cuando los modernos encumbran una serie écahate a temblar. De pronto en una semana los estados de Facebook se vuelven clones, todo el mundo la ha visto y es la favorita de ese que no tiene tele, y sólo se baja cosas de la BBC porque hasta la HBO le parece comercial.

Hace unos meses fue Black Mirror (¿Quién se acuerda de ella?) y ahora le toca el turno a Girls. Una especie de Sexo en Nueva York con gente fea y desempleada.

Hablar de fealdad aquí es fundamental. Porque la fealdad en una serie americana significa una cosa: realidad. La gente de la calle, nosotros, los espectadores no somos para nada guapos, no llevamos el pelo tan maravilloso como Rachel, ni estamos tan delgados como Mónica, ni tenemos los zapatos de Carrie, ni la dentadura perfecta de Samantha. Ni siquiera tenemos la astucia verbal de Sienfield. Somos descaradamente normales, aburridos, feos, gordos y a veces vamos por la calle con el pelo sucio.

Si apuestas por una serie de feos, o sea, de gente normal (en serio, yo creo que no tengo ningún amigo tan feo), dame un poco de verdad.

Girls tiene el problema que va de la realidad descarnada a la ficción más inverosímil en un plis plas.

Por ejemplo, el capítulo 2 empieza con un polvo muy divertido, la prota se somete a las perversiones marcianas de su supuesta pareja. La escena es divertidísima y muy melancólica, todos sabemos que esta chica no puede aspirar a más, ella lo sabe, él lo sabe y no se trata sólo de su fealdad, es que es tonta del culo. 


Pero en el mismo capítulo, un poco más tarde, tenemos a 3 amigas esperando en la consulta del médico a que llegue su amiga para que aborte. Las 3 se pasan la tarde (en Nueva York) esperando que su amiga se digne a ir a la consulta y esperan y esperan y hablan (forzosamente, claro, ¿qué van a hacer si no?) sobre sexo. Y mientras, la otra está por ahí echando un polvo cuando zas ¡le viene la regla! Todo super real, claro. 

La supuesta superficialidad de Sexo en NY envolvía un montón de verdad. En Girls sin embargo, los trazos de realidad se quedan en nada, porque ninguno de esos personajes son reales. Puede que haya algún momento real como el polvo de la primera escena, pero son solo apuntes de un montón de ideas frívolas, que tendrían sentido ojo, si fueran divertidas.


La única guapa del grupo, que tiene como unos 20 años suelta un "He venido a Nueva York por Rent" ¿Qué? ¡Tienes 20 años! No eres cantante, puede que la guionista que es una friki de cuidado adore Rent, tú no nena, tú no.

En un universo opuesto, ABC family ha estrenado la nueva serie de Amy Sherman Palladino (Gilmore Girls). Se llama Bunheads y es como si cogiéramos Las chicas Gilmore y contáramos la vida de Lorelai varios años antes. Y a mí me vale, esta mujer entiende de personajes y le salen bien así. La serie cuenta la historia de Michelle, una bailarina que deja su trabajo en Las Vegas para casarse a lo loco con un hombre del que no está enamorada pero que le promete paz en un pueblecito perdido de la mano de Dios. Un pueblecito donde su madre, que para que nos sintamos como en casa no podía ser otra que Kelly Bishop, es una excéntrica profesora de ballet.


 
Así que estamos ante el mismo conflicto, la madre y la hija (la suegra y la nuera) destinadas a estar juntas para siempre. No hay Rory, claro, al menos no una. Hay como cinco. Y lo bonito es que en sólo un capítulo cada una de estas delgadísimas y monísimas estudiantes de ballet se hacen imprescindibles. 

El problema es que a veces es muy teatral y a veces la prota está un pelín sobreactuada, pero se intuye que va a ir a mejor.

La serie es sólo para amantes de la cursilería pueblerina. De tazas de porcelana, flores en todos los rincones y tiendecitas encantadoras con dependientes de lo más variopinto. El resto del mundo debería huir y ver Girls, que es lo que toca, aunque dos meses después ya ni se acuerden de ella.