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La quinta temporada de Desperate Housewives ha sido estupenda pero rara. Primero por la presencia del episodio 100 que no tenía nada que ver con la trama principal. Un episodio que contaba con la aparición especial de Beau Bridges para repasar la vida de estas mujeres, incluída Mary Alice. El episodio fue muy emotivo, pero estábamos todos deseando saber qué iba a pasar con Dave y su eterna venganza, así que tampoco tiramos demasiados cohetes. Lo mismo sucedió con el episodio dedicado a Edie Britt. Sin embargo éste sí que fue un coñazo. Nunca debió existir.
La quinta temporada de Desperate Housewives ha sido estupenda pero rara. Primero por la presencia del episodio 100 que no tenía nada que ver con la trama principal. Un episodio que contaba con la aparición especial de Beau Bridges para repasar la vida de estas mujeres, incluída Mary Alice. El episodio fue muy emotivo, pero estábamos todos deseando saber qué iba a pasar con Dave y su eterna venganza, así que tampoco tiramos demasiados cohetes. Lo mismo sucedió con el episodio dedicado a Edie Britt. Sin embargo éste sí que fue un coñazo. Nunca debió existir.
La verdad que es fantástico comprobar cómo es el proceso creativo de una serie como ésta. Después de cuatro temporadas llenas de misterios, algunos mucho más eficaces que otros, la manera de reconducir la serie sin que supiera a refrito, era resetear y empezar 5 años después. Porque el misterio tenía que consistir en ahondar en el pasado de alguna de nuestras protagonistas, y para eso teníamos que crear ese pasado. La trama de misterio de esta temporada fue la mejor junto con la de la primera. Y nada de esto habría sido posible sin un tipo con el carisma de Neil McDonough.
El episodio final tuvo la estructura de casi todos. El misterio llega a su fin y varios frentes corren a evitar la catástrofe. Nada que no hayamos visto antes, cementerios, persecuciones, la pareja de solteronas graciosas investigando por su cuenta. Esta vez sin embargo será Mark quien deshaga el entuerto y todo volverá al punto de partida. Al cruce de caminos donde todo empezó.
El final de la quinta vuelve al origen. Porque todo tiene que cambiar para que todo siga igual. Gaby tiene dinero y un marido que nunca está, Lynette está embarazada, Bree tiene un matrimonio infeliz y Susan... bueno, Susan quizás sea nuestra última esperanza.
Desde luego lo más llamativo de esta temporada ha sido la metamorfosis de Gabrielle Solís y esas dos pedazos de actrices que hacen de sus hijas. A mí me hace mucha gracia comprobar cómo Eva Longoria es capaz de reirse de sí misma. En el capítulo de la fiesta deja claro que todos los rumores referentes a su belleza real se la traen al fresco.
Esta temporada ha sido la más superficial, todas las tramas eran inocentonas y graciosas. No ha habido ningún episodio como aquéllos de finales de la tercera con Lynette replanteándose su vida. Pero sin embargo cada una tenía su espacio, incluso Edie. Más que nunca Edie. Quizás ésta no fue la mejor temporada para Bree Van de Camp, pero es posible que en la sexta reviva, que su trama promete.
Se que va a ser difícil plantearse un nuevo misterio, este tipo de series son cíclicas, igual que Verónica Mars, es imposible que en las vidas de estas mujeres ocurra siempre un incidente terrible relacionado con la muerte. Y por desgracia esa es la marca de la casa, es más, cuando no hay un arco argumental inquietante el interés se pierde. A no ser claro que alguien de pronto tenga una enfermedad terminal pero esa carta ya la han usado.
Ha sido un gran paso este salto temporal. La serie sigue dando todo aquello que prometió. Nunca habrá una temporada como la primera, eso es cierto, pero cuando los personajes son perfectos, uno está dispuesto a mantenerlos en sus vidas los años que haga falta. Y para qué vamos a engañarnos, siempre ayuda contar con cliffhangers cardíacos que nos hagan volver.
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