Lo escribe Marcos Ordóñez en Fotogramas.
SERIES FUERA DE SERIE por Marcos Ordóñez.
Mientras las series anglosajonas están alcanzando las más altas cotas de calidad de su historia, el espectador español está enganchado a las producciones nacionales. Mientras las primeras son programadas a altas o insólitas horas, las segundas están en el prime time. ¿Qué pasa? ¿Las series (extranjeras) fuera de serie asustan a nuestros programadores?
A sí que pasen, pongamos, 20 años, recordaremos esta época que ahora se nos antoja plomiza cuando no apocalíptica como la Segunda Edad de Oro de la Televisión. De la televisión anglosajona, por supuesto: hablo de Estados Unidos (ficción cable, mayormente) y de Inglaterra. Hablo de lo que hoy ya son cumbres, inmarcesibles clásicos de la comedia (Frasier, Seinfield, Curb your enthusiasm, The Office), de la aventura (Perdidos), del thriller policial y de espionaje (24, Alias) y, más difícil todavía, de las series que reinventan su propio género, como Los Soprano, House o A dos metros bajo tierra, para mencionar tan solo mis favoritas. Yo me pongo bizco, genuflexo, me retuerzo por el suelo de placer y de pura envidia cada vez que desfilan los créditos finales de cualquier entrega de estas maravillas.
MÁS DIFÍCIL, MÁS LOCO, MÁS INCORRECTO TODAVÍA
¿Cómo, cómo, cómo es posible tanto talento en todos los frentes, narración, actores, dirección? ¿Cómo consiguen estos monstruos batir semana a semana sus propias marcas y, más difícil todavía, imponiendo sus propias leyes? ¿Dónde aprendieron estos guionistas? ¿Cuanto tiempo tardarán para escribir un episodio? ¿Cómo consiguen los muy diversos directores crear una unidad de tono y de puesta en escena? Demasiadas preguntas, la cabeza me da vueltas.
Centrémonos en la pregunta fundamental: ¿cómo coniguen VENDER sus enloquecidas ideas? Concepto básico, fundacional: detrás de toda gran serie hay un loco visionario que llama a la puerta del señor puro y suelta la frase que nadie en su juicio se atrevería a soltar. Sí, amigos, tal vez el arte de colocar tu locura sea meterla doblada. Aun así, no consigo imaginarme los high concepts de las series que han revolucionado el medio ¿Quiero hacer un Peyton Place onírico? ¿Quiero contar las vidas de una familia de enterradores en Los Ángeles? ¿De un clan mafioso en New Jersey? Asumamos que allí ya no hay señor del puro, sino unos tipos y tipas con un olfato de perdiguero y una inteligenia superior a la media. Vayamos a otros asuntos ¿Por qué son tan buenísimas estas series, por qué nos dejan con una mandíbula de palmo? Porque saltan barreras constantemente, porque sacan a la luz nuestros más oscuros demonios. Frasier es un fatuo inaguantable; Larry Davis (Curb your enthusiasm), un ultraneurótico metepatas; Ricky Gervais (The Office), un cretino que se cree maravilloso; Jack Bauer no dudaria en matar a su madre (y la madre de Tony Soprano no dudaría en matarle a él), y en la isla de Perdidos campan más fantasmagorías que en La tempesstad, de Shakesepeare. Mientras que aquí, a este lado del Paraíso, todavía hay actores (no diré nombres) que se niegan a que su personaje tena aristas políticamente incorrectas porque, ay, perjudicarían a su simpática imagen.
¿No quieres café?
Es decir, que si aquí a alguien se le hubiera ocurrido crear la versión española de Gregory House (protagonista de la serie de su mismo apellido) no solo las habría pasado canutas para convencer al productor de turno, sino también al posible prota. Ya he dicho que no daré nombres, pero daré casos: la serie de comedia más renovadora, fresca e imaginativa de nuestra tele actual, Camera café (Telecinco), se las vio y se las deseó para que sus mandamases creyeran en ella, hasta que empezaron a dispararse las cifras de audiencia. Una renovación, por cierto, que basa su fuerza en el puro retorno a los orígenes: Jardiel, Arniches, Berlanga y Azcona en la misma batidora. Pero, al principio, Camera café les parecía demasiado desencajada, demasiado loca, fulminante.
Punto tres (o cuatro, ya he perdido la cuenta): ¿qué nos falta aquí para ser como lo mejor de allí? Además de talento, pasta, dedicación, etcétera, lo esencial son dos cosas: VERDAD Y CORAJE. Verdad quiere decir que en nuestras series favoritas las emociones son auténticas, no imitaciones o simulacros. Las comedias te parten el pecho, las series de suspense y aventura te disparan la adrenalina, las peripecias vitales de la familia Soprano y la familia Fisher te sacuden el corazón, te hacen decir Sí, sí, y mil veces sí, así es la vida y así es la muerte, así nos enamoramos, nos engañamos, caemos y volvemos a levantarnos. Y coraje quiere decir atreverse a ser originales, y que los personajes jamás sean de una sola pieza, y la tramas realmente turbadoras (¿24 es una serie o protofascista o un retrato al vitriolo del terrorismo de estado?), y que el humor haga pupa y no se quede en la habitual coñita, y que la risa y las lágrimas sean nuestras y no de los personajes o del insertador de turno.
Vale ya de copiar lo insustancial, los sobadísimos créditos a lo Seven, las cámaras paranoicas, los diálogos que quieren parecer americanos, vale ya de creer que basta con que un investigador se ponga tampones en las orejitas para parecer profundo. Mientras la Verdad y el coraje no guíen los pasos de los narradores televisivos seguiremos a dieta de buñuelos de viento. Cada vez mejor producidos, eso sí.
Marcos Ordóñez es periodista, escritor y crítico cinematográfico y teatral.
Fuente: Fotogramas.
A sí que pasen, pongamos, 20 años, recordaremos esta época que ahora se nos antoja plomiza cuando no apocalíptica como la Segunda Edad de Oro de la Televisión. De la televisión anglosajona, por supuesto: hablo de Estados Unidos (ficción cable, mayormente) y de Inglaterra. Hablo de lo que hoy ya son cumbres, inmarcesibles clásicos de la comedia (Frasier, Seinfield, Curb your enthusiasm, The Office), de la aventura (Perdidos), del thriller policial y de espionaje (24, Alias) y, más difícil todavía, de las series que reinventan su propio género, como Los Soprano, House o A dos metros bajo tierra, para mencionar tan solo mis favoritas. Yo me pongo bizco, genuflexo, me retuerzo por el suelo de placer y de pura envidia cada vez que desfilan los créditos finales de cualquier entrega de estas maravillas.
MÁS DIFÍCIL, MÁS LOCO, MÁS INCORRECTO TODAVÍA
¿Cómo, cómo, cómo es posible tanto talento en todos los frentes, narración, actores, dirección? ¿Cómo consiguen estos monstruos batir semana a semana sus propias marcas y, más difícil todavía, imponiendo sus propias leyes? ¿Dónde aprendieron estos guionistas? ¿Cuanto tiempo tardarán para escribir un episodio? ¿Cómo consiguen los muy diversos directores crear una unidad de tono y de puesta en escena? Demasiadas preguntas, la cabeza me da vueltas.
Centrémonos en la pregunta fundamental: ¿cómo coniguen VENDER sus enloquecidas ideas? Concepto básico, fundacional: detrás de toda gran serie hay un loco visionario que llama a la puerta del señor puro y suelta la frase que nadie en su juicio se atrevería a soltar. Sí, amigos, tal vez el arte de colocar tu locura sea meterla doblada. Aun así, no consigo imaginarme los high concepts de las series que han revolucionado el medio ¿Quiero hacer un Peyton Place onírico? ¿Quiero contar las vidas de una familia de enterradores en Los Ángeles? ¿De un clan mafioso en New Jersey? Asumamos que allí ya no hay señor del puro, sino unos tipos y tipas con un olfato de perdiguero y una inteligenia superior a la media. Vayamos a otros asuntos ¿Por qué son tan buenísimas estas series, por qué nos dejan con una mandíbula de palmo? Porque saltan barreras constantemente, porque sacan a la luz nuestros más oscuros demonios. Frasier es un fatuo inaguantable; Larry Davis (Curb your enthusiasm), un ultraneurótico metepatas; Ricky Gervais (The Office), un cretino que se cree maravilloso; Jack Bauer no dudaria en matar a su madre (y la madre de Tony Soprano no dudaría en matarle a él), y en la isla de Perdidos campan más fantasmagorías que en La tempesstad, de Shakesepeare. Mientras que aquí, a este lado del Paraíso, todavía hay actores (no diré nombres) que se niegan a que su personaje tena aristas políticamente incorrectas porque, ay, perjudicarían a su simpática imagen.
¿No quieres café?
Es decir, que si aquí a alguien se le hubiera ocurrido crear la versión española de Gregory House (protagonista de la serie de su mismo apellido) no solo las habría pasado canutas para convencer al productor de turno, sino también al posible prota. Ya he dicho que no daré nombres, pero daré casos: la serie de comedia más renovadora, fresca e imaginativa de nuestra tele actual, Camera café (Telecinco), se las vio y se las deseó para que sus mandamases creyeran en ella, hasta que empezaron a dispararse las cifras de audiencia. Una renovación, por cierto, que basa su fuerza en el puro retorno a los orígenes: Jardiel, Arniches, Berlanga y Azcona en la misma batidora. Pero, al principio, Camera café les parecía demasiado desencajada, demasiado loca, fulminante.
Punto tres (o cuatro, ya he perdido la cuenta): ¿qué nos falta aquí para ser como lo mejor de allí? Además de talento, pasta, dedicación, etcétera, lo esencial son dos cosas: VERDAD Y CORAJE. Verdad quiere decir que en nuestras series favoritas las emociones son auténticas, no imitaciones o simulacros. Las comedias te parten el pecho, las series de suspense y aventura te disparan la adrenalina, las peripecias vitales de la familia Soprano y la familia Fisher te sacuden el corazón, te hacen decir Sí, sí, y mil veces sí, así es la vida y así es la muerte, así nos enamoramos, nos engañamos, caemos y volvemos a levantarnos. Y coraje quiere decir atreverse a ser originales, y que los personajes jamás sean de una sola pieza, y la tramas realmente turbadoras (¿24 es una serie o protofascista o un retrato al vitriolo del terrorismo de estado?), y que el humor haga pupa y no se quede en la habitual coñita, y que la risa y las lágrimas sean nuestras y no de los personajes o del insertador de turno.
Vale ya de copiar lo insustancial, los sobadísimos créditos a lo Seven, las cámaras paranoicas, los diálogos que quieren parecer americanos, vale ya de creer que basta con que un investigador se ponga tampones en las orejitas para parecer profundo. Mientras la Verdad y el coraje no guíen los pasos de los narradores televisivos seguiremos a dieta de buñuelos de viento. Cada vez mejor producidos, eso sí.
Marcos Ordóñez es periodista, escritor y crítico cinematográfico y teatral.
Fuente: Fotogramas.
12 comentarios:
A cierta edad uno ya ha vivido algunas cosas . Siempre me ha fastidiado el hecho de enterarme de que habia estado vivo durante algún "acontecimiento histórico" ya sea musical, cinematografico o politico y no haberme dado cuenta hasta después. Por eso me emociona tanto estar inmerso en una etapa dorada de las series de t.v. (que efectivamente creo que será recordada dentro de 20 años y más aun) y ser plenamente consciente de ello.
Algunos consideran a Vilches el House español y estoy convencido de que alguna sociedad de medicos gilipollas se ha quejado por su comportamiento.
Yo recuerdo series doradas de todos los tiempos. El problema es que antes habia menos canales.
Viviré cien años y no escucharé mejores dialogos que en "Doctor en Alaska". ¡Y que actores!
Mmmm pues yo creo que hubo un pequeño bache entre el ocaso de las grandes series de los ochenta (Dinastia, Dallas, Falcon Crest) y la revolución que supuso Twin Peaks.
Yo creo que la cosa empezó hace unos años y "24" dio el pistoletazo de salida. De pronto todos estábamos enganchados como gilipollas.
Bueno es mi primer comentario en este estupendo blog que has montado CHICA DE LA TELE, he llegado aquí a través de otro genial blog, INMUNDICIAS Y DESVARIOS, que tiene a su mando una buena amiga mía.
Decirte que he disfrutado muchísimo leyendo todas tus entradas pero este artículo de Marcos Ordóñez que has insertado viene siendo lo que llevo yo mucho tiempo pensando pero no he sabido expresar: ¿cómo las series made in USA pueden llegar a ser tan impactantes, frescas y irremediablemente buenas y las made in Spain son tan cutres?
No dejo de quejarme por la maldita manía de poner en prime time las series españolitas de turno y tener que trasnochar como una loca para poder ver por ejemplo un episodio de MUJERES DESESPERADAS o el tercer episodio continuado de 24. ¿Es que no hay sentido común entre los programadores de nuestras cadenas estrella? ¿Nos estamos volviendo locos?
La televisión es el único negocio en el que la competencia hace que baje la calidad del producto.
En la época de la televisión pública se hacian series excelentes. Pero cuando llegaron las privadas alguien decidió de improviso que la gente era gilipollas
Pues a mí el artículo me parece flojísimo para ser de un periodista, escritor, crítico y repostero tan afamado. No ha dicho nada nuevo, se ha limitado a cortar y pegar inspiraciones iluminadísimas de cualquier foro sobre televisión, así que se convierte en una plantilla de las que tanto asco le dan.
Hoy precisamente leía ese artículo y pensaba que dice lo que tú ya habías dicho anteriormente pero con menos gracia. Aún así, toda la razón.
El tema tele en España-tele en USA es como lo de la diatriba entre cines, que ya me cansa. Lo que pasa es que en este caso es tan obvio que no hay nadie con un poco de cordura... bueno, es que no hay nadie que te defienda la tele española
habrá que preguntarse por qué 5 millones de personas ven un miércoles en prine time una serie española. Y habrá que preguntarse qué pasaría si la serie fuera buena. Tendría menos audiencia? Eso pensarán los directivos de las cadenas? que el concepto no debe cambiar porque funciona?
Que conste que a mí por ejemplo Los serrano me encanta. No me engancho ni la veo, porque claro, no puedo perder el tiempo, pero si la pillo todo lo que veo me gusta. Se alarga, hay altibajos, pero la serie está bien.
Entiendo que esos 5 millones vean los serrano porque al menos se ríen. Pero hay otras cosas que no hay manera. No me entran en la cabeza.
Yo a veces me pregunto si esos 5 millones ven la tele o la tienen puesta mientras hacen otras cosas. También es importante el tema de la concentración, si estás haciendo otras cosas cuanto más mala sea la serie mejor.
Eso es cierto, no sabes los grandes momentos de lectura que me proporcionan a mí los partidos malos de esos en los que sólo levantas la cabeza uno o dos minutos de los noventa que duran
La verdad es que televisión mala da para eso, para fomentar la lectura, las tareas hogareñas (hay que ver la cantidad de ropa que he planchado yo en prime time), la navegación por el ciberespacio, etc. etc. A ver si al final no será tan malo que la tele sea mala... jajaja!
Yo creo que el más puro ejemplo del acabose es "Abuela de verano"
Sé que ya no la emiten y que nunca tuvo particular éxito, pero no puedo concebir cómo a alguien podía gustarle... esa cosa.
A mí no me gustan nada de nada "Camera Café", pero puedo entender que haya a quien le haga gracia o le entretenga, pero "Abuela de verano"... es que no puedo con ella. ¡No puedo!
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